8 mayo 2025

Una ruta salvaje por la costa vacía de España: donde el desierto se encuentra con el mar

Si observas detenidamente un mapa de España, en el extremo sureste descubrirás una franja vacía junto al Mediterráneo. Allí no hay grandes ciudades ni apenas carreteras. Su litoral también es desolado: sin puertos ni complejos turísticos, solo unos pocos pueblos diminutos escondidos en calas con nombres tan sugerentes como “del cuervo”, “del carbón” o “del agua amarga”. Este rincón olvidado es el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, un santuario protegido de paisaje desértico en el borde mismo de Europa.

Después de cancelar una expedición al Sahara argelino a principios de año, este parque parecía la solución perfecta para saciar mi anhelo por el calor árido y la belleza austera de los paisajes desérticos. Al acercarme con la vista satelital, se reveló una red de senderos que ofrecía un recorrido de unos 64 kilómetros, desde el propio cabo hasta el norte, bordeando acantilados y playas, hasta el pueblo costero de Agua Amarga. Mi marido, gran amante de lo que él llama España vacía y explorador incansable de sus rincones remotos, no dudó ni un segundo en embarcarse conmigo en esta nueva aventura. Así que subimos a la furgoneta y pusimos rumbo al sur.

Este recorrido no es ningún camino oficial. No hay señales, albergues ni infraestructura pensada para peregrinos. Se trata más bien de una combinación de veredas pedregosas de cabras, antiguas rutas mineras y caminos de tierra que unen calas, playas y pueblos pesqueros del parque, muchos de los cuales solo se pueden alcanzar a pie. El turismo apenas ha hecho mella, especialmente fuera de temporada, aunque hay suficientes alojamientos y comercios abiertos como para que la caminata sea factible sin ayuda externa. El tramo más largo sin rastro de civilización es de unos 16 kilómetros, y la orientación es sencilla: basta con mantener el mar a la derecha.

Comenzamos nuestro periplo en el Faro de Cabo de Gata, en la punta del cabo, donde dejamos la furgoneta, nos colgamos una mochila cargada de naranjas y nos echamos a andar por el acantilado. Desde los primeros pasos, nos quedamos sin palabras ante la belleza natural que nos rodea. Las colinas pedregosas florecen en tonos rosa y amarillo, y el Mediterráneo brilla en un azul turquesa plateado bajo una luz diáfana. Hacia el interior, las montañas áridas se extienden como un mar agitado de piedra. Cuesta imaginar que más allá de ese horizonte abrupto siga existiendo el ajetreo del mundo real.

El mapa ya nos anticipaba un terreno con muchos desniveles, y reconocemos que en nuestros días más jóvenes y atléticos habríamos completado esta ruta en tres días, pero hemos decidido dedicarle cinco, con tiempo para nadar y explorar. Al detenernos un momento en el borde del acantilado, nos damos cuenta de que fue una buena elección. Esta no es una ruta para hacer con prisas. El aire cálido huele a romero, lavanda y salvia silvestres. El sendero está flanqueado por aloes, chumberas y suculentas en flor. Seguimos la línea escarpada de la costa, descendiendo hacia nuestro destino para la primera noche: el pequeño pueblo de San José. Con sus palmeras y casas blancas en torno a una bahía en forma de media luna, parece sacado de un cartel turístico del norte de África de los años treinta.

San José es pequeño, pero es el núcleo más grande de toda la zona. Es ideal para reabastecerse o como base para quienes no puedan realizar la ruta completa. Joe Strummer, líder de The Clash, se instaló aquí en los años 90, fascinado por el lugar tras rodar Straight to Hell de Alex Cox en el cercano desierto de Tabernas. Los lugareños aún cuentan historias de él cantando en los bares de la playa y bebiendo ron con coca-cola.

La propietaria de 3.300 hectáreas de tierras en los alrededores de San José, Doña Pakyta (cuyo nombre real era Francisca Torres Díaz), tenía un fuerte vínculo con el paisaje, la flora y las tradiciones de la zona. Mientras el litoral andaluz sucumbía al turismo masivo, ella protegió su amado Cabo de Gata, permitiendo el acceso libre a sus playas y negándose a urbanizar sus tierras. Gracias a su determinación, las 460 km² del parque son hoy una reserva de la biosfera reconocida por la Unesco. En 2010, fue nombrada hija predilecta de Andalucía, el mayor honor concedido por la región.